Mirar trilobites detenidos para siempre sobre la piedra donde quizá tomaban el sol, y ser capaces de decir, sin que nos tiemble la voz, que el tiempo huye.
La felicidad se parece mucho a no tener planes ni retos por cumplir. A dejarse mecer como quien hace el muerto en la orilla, procurando no arañarse demasiado con los erizos del fondo.