La mala memoria se encarga de pulir nuestros recuerdos hasta dejarlos romos. Nos vuelve incapaces de distinguir la realidad de la fábula. Afortunadamente.
Que las luces parpadeantes descansen, que el fun fun fun descanse, que la obligación colectiva por parecer feliz descanse, que la más absoluta ñoñería y la estupidez descansen.
Alguien, que viajó antes que yo en este asiento, se comió una mandarina y dejó la cáscara junto a la ventana. No toda la cáscara, una muestra. Pienso en tirarla a la papelera pero, de repente, el sol la ilumina y me siento profundamente acompañada.