Salir de casa con los pulmones bien envueltos en plástico acolchado, toser con disimulo para amortiguar el sonido de las burbujas que explotan cuando nos abracen, echar la culpa a la teoría de los vasos comunicantes si se escapa alguna lágrima, no decir no te vayas, decir vete ya, no dejar de sonreír, alejarse calle arriba con la ligereza del que se sabe acompañado para siempre.