Sólo son ramas rojas, pero hoy te has quedado un rato en mitad de la acera, mirando al cielo, pensando en Mondrian, en el instante que dejó de ser Mondriaan.
Te miro desde abajo, te muerdo las costillas, me acaricias la nuca, pero eso, me dicen, no es un poema, escribí entonces. Vivíamos en una ciudad inventada. Sólo los taxis y las despedidas eran de verdad.
Como si hubiese nevado toda la noche dentro de mi cabeza y ahora caminara hacia ti, descalza, sobre esa nieve. Qué lentos los reencuentros sobre la nieve.