Hay días en los que la luz nos toca, nos empapa de algo muy parecido a la felicidad, sólo porque al abrir la ventana del cuarto de baño el sol, atravesando el vapor, se posó sobre los azulejos húmedos y nuestra mano se fue ahí, a esos azulejos y los acarició intentando retener algo. Mañanas que nos hacen pensar que podríamos mantener ese estado de bienaventuranza para siempre. Pero la luz se va y los azulejos se enfrían. Pero la luz siempre vuelve.
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